Introducción
En la lección anterior aprendimos que la revelación es la fuente del conocimiento de la Verdad. Dios ha dado a los hombres dos clases de revelación: la revelación general, que se encuentra en la creación, y la revelación especial, que es la Biblia. La Biblia es inspirada por Dios y no contiene error, es confiable y veraz. Subsiste, sin embargo, un problema para que el hombre vea y entienda el mensaje de Dios en ambas formas de revelación: el pecado le ha cegado y aun en medio del esplendor de la luz de Dios, el hombre no puede verle a menos que el Santo Espíritu le ilumine.
El problema radica en la condición pecaminosa del hombre y en su consecuente muerte espiritual. En cuanto a la revelación general, el mundo creado descubre claramente las cosas invisibles de Dios, su eterno poder y deidad (Ro 1.20). Respecto de la revelación especial, el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender (I Co 2:14). Entonces, para venir a la salvación, necesitamos la iluminación espiritual que solamente el Espíritu de Dios nos puede dar.
LA CEGUERA DEL HOMBRE
La Biblia expone esta realidad respecto de los inconversos:
a) Lidia (Hechos 16.11-15), era una mujer que se reunía con otras para orar y adoraba a Dios pero fue hasta que el Espíritu abrió su corazón, que estuvo atenta al mensaje del evangelio, creyó y fue bautizada.
b) Los judíos inconversos (II Cor 3.12-18), no han entendido el mensaje de Dios porque cuando leen el antiguo pacto, tienen un velo no descubierto; pero cuando se conviertan al Señor, ese velo será quitado por el Espíritu del Señor y encontrarán la libertad.
c) El hombre natural (I Cor 1 y 2). La palabra de Dios es locura para los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es a nosotros, es poder de Dios. Agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación . . . . para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura pero para los llamados, ya sean judíos o gentiles, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios.
La necesidad de ser iluminados por el Espíritu no sólo tiene que ver con el llamado y conversión del pecador en arrepentimiento y fe; también es indispensable para el redimido a fin de que pueda comprender mejor cada día la Escritura en su peregrinaje espiritual:
a) El salmista ora pidiendo la guía del Espíritu: “Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley.” (Sal 119.18)
b) Los caminantes de Emaús (Lc 24.31,32) ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino y cuando nos abría las Escrituras?
c) Los discípulos. Fue necesario que el Señor Jesús, previamente a su ascensión, les abriera el entendimiento para que comprendiesen las profecías y su cumplimiento. (Lc 24.45)
d) Pablo pide que el Dios de nuestro Señor Jesucristo dé a la iglesia Espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, “alumbrando los ojos de vuestro entendimiento para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado”. (Ef 1.17 ss.)
LA ILUMINACIÓN DEL ESPÍRITU
Para adquirir el verdadero conocimiento no basta entonces tener disponible la clara revelación de Dios; hace falta que el hombre pueda verla. Es allí precisamente donde la obra de iluminación del Espíritu Santo se hace patente, dando al hombre no sólo la palabra inspirada, sino dándole también ojos para leerla.
El salmista no podía abrir sus ojos por sí mismo, tenía que pedir a Dios que lo hiciera por él. Fue el Señor quien abrió el entendimiento a los discípulos para que comprendieran la profecía. Si bien la salvación es una obra del Dios trino, en forma más específica es la tercera Persona de la Trinidad, no el Padre ni el Hijo, quien ilumina la mente del hombre. Así como es él quien da la comprensión y sabiduría naturales, también es él quien restaura esta sabiduría en el hombre redimido. ”Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho.” (Jn 14.25)
Hay cuatro pasajes de la Biblia que exponen profusamente esta verdad:
a) I Cor 2.4,5. “Ni mi palabra ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino de Dios.” Es el Espíritu quien entra en el corazón, convence a la persona en manera irresistible de la verdad del evangelio, y el que, por tanto, le hace creer y ser salvo.
b) I Cor 2:14,15. En tanto que el hombre natural no percibe las cosas del Espíritu, el espiritual juzga todas las cosas. La persona espiritual es aquella en la que mora el Espíritu y a la cual le ha dado vida. Sólo así puede discernir espiritualmente todas las cosas.
c) Efesios 1.17 enseña claramente que es el Espíritu quien ilumina la mente. Pablo no ora para que la mente de los creyentes sea agudizada; pide que les sea dado el Espíritu de sabiduría y revelación para que sean iluminados los ojos de su entendimiento y puedan comprender las cosas de Dios. Pablo dice en I Tes 1.5,6 que el evangelio llegó a ellos con poder en el Espíritu Santo y toda certidumbre.
d) I Jn 2.20. Finalmente, Juan escribe a sus hijos espirituales que ellos “tiene la unción del Santo” es decir el Espíritu Santo está en ellos. La consecuencia es que “conocéis todas las cosas” y que la “unción misma os enseña todas las cosas” (v.27). Esta es una muy clara indicación de la obra del Espíritu iluminando la mente y corazón del creyente.
CONCLUSIÓN
Es únicamente a través de la obra de iluminación del Santo Espíritu de Dios que lo inexplicable se explica, que los misterios se revelan, que el corazón endurecido se hace sensible a la palabra de Dios, que el incrédulo se convierte y nace de nuevo. Sí, es el Espíritu a través de quien recibimos la vida. Es por su obra que nacemos del agua y del Espíritu. Es a través de su obra reveladora que tenemos la palabra profética más segura. Sólo a través de su iluminación somos capaces de creer a Dios y de ver las maravillas de su ley.