Introducción

Ya hemos estudiado las operaciones del Santo Espíritu en la Creación como su perfeccionador, como mediador en la Gracia Común, como autor de la Revelación y como la fuente de entendimiento y sabiduría para quien se acerca a la palabra de Dios. En esta lección consideraremos otra obra muy importante del Espíritu Santo: su actividad en la vida y ministerio del Señor Jesucristo.

Necesitamos en este punto recordar lo que aprendimos en la lección no. 1 relacionado con las tres Personas de la Trinidad: el Hijo es eternamente engendrado por el Padre y que el Santo Espíritu procede del Padre y del Hijo, pero cada uno de ellos se distingue de los demás.

Ofrecemos esta una ilustración imperfecta para representar este misterio, pues como dice el Dr. Nyenhuis: “Cuando tenemos que hablar de la naturaleza de Dios, nuestras palabras son insuficientes. Tenemos que afirmar que Dios es Trino, una Trinidad, y no tenemos la menor idea sobre lo que es eso. Quienes niegan la doctrina ¿tendrán razón cuando dicen que no es racional? No es que sea irracional, sino que es supra-racional. Y el ser humano, que es solamente racional, ¿cómo va a entender lo supra-racional?” Las tres personas son Dios pero cada una de ellas se diferencia de las demás aunque tienen íntima relación.

Como material adicional de estudio recomendamos “El Misterio de la Piedad” del Rev. Maurice Roberts, que anexamos a esta lección.

La Encarnación del Hijo de Dios. Para entender la acción del Espíritu Santo en Jesús Cristo, recordemos que siendo Dios, vino de manera voluntaria en el cumplimiento del tiempo para tomar la naturaleza humana. Siguió siendo Dios pero también se hizo hombre, igual a nosotros pero sin pecado. Es perfecto hombre y verdadero Dios, con dos naturalezas que no se confunden ni se mezclan. Cada naturaleza mantiene sus características propias. Este es “el misterio de la piedad”. Hasta aquí nos hemos referido a dos grandes tropiezos (escándalos) de la fe cristiana y ambos son esenciales.

En cuanto a la deidad de Jesús, el Espíritu Santo tiene poca influencia, pues Él mismo es Dios; pero en cuanto a su naturaleza humana, sí necesitó de la presencia constante del Espíritu. El hecho de que su naturaleza humana fuera indivisible e inseparable de su naturaleza divina, no significa que su naturaleza humana cambiara para fusionarse con la divina. No hubo transferencia de características divinas a la humanidad de Jesús.

Su Concepción y Nacimiento. “El Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1.14). María se halló que había concebido del Espíritu Santo (Mt 1.18), el Espíritu de Dios vino sobre ella y el poder del Altísimo le cubrió con su sombra (Lc 1.35). Este es también un acto del Dios trino. Este milagro de Dios fue necesario para que tuviéramos un Salvador que fuese “santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores” (He 7.26). “No conoció pecado” (2 Co 5.21), “fue como un cordero sin mancha ni contaminación” (I Pd 1.19).

El Espíritu Santo moró en Él. El Espíritu Santo no sólo mantuvo a Jesús libre de pecado, fue también el autor de la santidad de la naturaleza humana de Jesús. El alma no puede estar vacía; la ausencia del mal, significa llenura del Espíritu. Recordemos que el Espíritu es el autor de todo tipo de vida, tanto natural como espiritual. “El Espíritu del Señor está sobre mí” dijo Jesús en Nazareth apropiándose las palabras de la profecía, en el mero inicio de su ministerio. (Lc 4.21)

Su Crecimiento. El Espíritu moró sin medida en Jesús como hombre, propiciando también el crecimiento en su vida espiritual. “Y el niño crecía y se fortalecía y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él” (Lc 2.40). Cuando Lucas se refiere al niño Juan, conocido más tarde como “el Bautista”, menciona que “el niño crecía y se fortalecía en el Espíritu”. Esta es una clara indicación de la manifestación divina en ambos niños.

Su naturaleza humana no fue dotada, gracias a su unión con la naturaleza divina, de atributos divinos tales como poder absoluto, conocimiento total o infinidad. Insistimos en esto en relación con su naturaleza divina pues en su deidad, siempre ha sido pleno. Fue el Espíritu quien vino sobre Jesús en su naturaleza humana y le hizo crecer como infante y como niño en estatura, en gracia y en sabiduría de Dios y de los hombres. Sobre él habría de reposar el Espíritu de Jehová; Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de poder. Espíritu de conocimiento y de temor de Jehová” (Is 11.1,2)

Su Bautismo. Otra prueba de la acción del Espíritu Santo en la vida de Jesús se ve en su bautismo, cuando fue consagrado por el Espíritu para comenzar su ministerio como Mediador entre Dios y los hombres. (Lc 3,21,22). Lucas narra que después de ser bautizado, Jesús. de comenzó a enseñar (Lc 3.23). Ya nos hemos referido al pasaje de Lc 4.18 y ss. En la sinagoga en Nazareth, donde vemos que el Espíritu había descendido sobre él para comunicarle poder para predicar y anunciar el evangelio. También le comunicó poderes especiales para obrar milagros: “Si yo por el Espíritu de Dios echo fuera demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios” (Mt 12.28)

Sus Tentaciones. Jesús, lleno del Espíritu fue llevado por el mismo Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo (Lc 4.1-11). El Espíritu no sólo le guio al desierto sino que todo el tiempo estuvo con él, sustentándole para superar las tentaciones. Dice luego que “Jesús volvió en el poder del Espíritu y enseñaba en las sinagogas y era glorificado por todos” (Lc 4:14). Satanás se apartó de él “por un tiempo” pero la lucha y la ayuda del Espíritu se mantuvieron durante toda la vida de Jesús.

Su Muerte. “Cristo, mediante el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios” (Heb 9.14).

La suya no fue una muerte sorpresiva ni forzada. Él se entregó por nosotros y fue el Espíritu Santo quien hizo que Jesús tuviera la perfecta actitud necesaria para realizar nuestra redención.

Su Resurrección. La resurrección de Cristo se atribuye al Padre (Hch 2.24), y a veces al Hijo (Jn 10.17,18), pero tenemos también referencias de la participación del Santo Espíritu en Ro 8.11: “Y si el Espíritu de aquél que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.”

Su Glorificación. No hay algún texto específico para demostrar esta acción final del Espíritu en la vida de Cristo, pero se puede deducir de muchos. El Espíritu es la fuente de vida de todo hombre redimido, mora en el hombre salvo para siempre, inclusive en el cielo. Siendo el Espíritu quien comenzó a actuar en la vida de Jesús hombre, desde su encarnación hasta su resurrección, también mora en su naturaleza glorificada, igual que en nosotros.

CONCLUSIÓN: Alabamos al Espíritu de Dios, no sólo por regenerar y santificar nuestras vidas, sino también por realizar la redención misma en Cristo Jesús.

Anexo a la Lección 6

  1. EL MISTERIO DE LA PIEDAD “Grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne . . .”

I Timoteo 3:16

Entre todas las maravillosas obras de Dios, es ciertamente imposible encontrar una más grandiosa que el nacimiento de Jesús el Cristo. El nacimiento de cada niño es algo maravilloso, pero el de Cristo es singularmente grande y glorioso, es único en muchas maneras. Primero, Jesús nació sin pecado, es el único niño que ha nacido así. También es el único hombre que existió antes de ser concebido y nacido en este mundo. Esta verdad nos recuerda que Jesús no es sólo un ser humano; Él es también el Hijo de Dios. Él no vino a este mundo a disfrutar la vida; vino a vivir, sufrir y morir por nosotros. Él tomó nuestra naturaleza humana para salvarnos de nuestros pecados. Este es el significado del nombre “Jesús.” La Biblia dice: “Llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.” (Mat. 1:21)

Hablamos así de la encarnación, que significa “venir en carne.” Este término afirma el hecho de que Jesús existía como Dios el Hijo, la segunda persona de la Trinidad, antes de su nacimiento. Como Hijo de Dios no tiene un principio, Él no fue creado o hecho por Dios el Padre, pues ha existido eternamente y eternamente existirá; no obstante, Jesucristo quien previamente existía como Dios, en su encarnación se hizo también hombre y nos referimos a Él como el Dios-Hombre. Esto nos revela algo realmente sorprendente: Desde que ocurrió la encarnación, Jesucristo ha existido como una persona con dos naturalezas. Estas dos naturalezas no se mezclan pues se distinguen entre sí, pero al mismo tiempo se unen. Jesús es completamente Dios y verdaderamente hombre.

Todas las obras de Dios son estupendas y debieran mover nuestros corazones a adorarle y a amarle. Estas obras de Dios incluyen Su creación, providencia, juicio y la futura recreación del universo presente pero ciertamente, ninguno de los actos de Dios es más maravilloso que la encarnación, en la cual Dios Mismo se unió con nuestra naturaleza humana en la persona del Señor Jesús Cristo. Al hacerlo, Dios nos ha honrado por encima de los ángeles y verdaderamente sobre todos los demás órdenes de la creación. ¡Qué agradecidos debemos estar porque el Dios Altísimo nos ha visitado y más aún, se ha revestido de nuestra naturaleza haciéndose hombre!

Aclaremos qué significa la encarnación. Primeramente, debemos entender que Dios no se hizo hombre por sustracción sino por adición. En otras palabras, Cristo nunca abandonó su divinidad reemplazándola con la humanidad; más bien, retuvo su divinidad y la unió a nuestra naturaleza humana. Cristo no dejó de ser Dios cuando se hizo hombre. Atanasio, un famoso escritor cristiano de la antigüedad, lo expresó así: “Llegó a ser lo que no era, sin dejar de ser lo que era ya.”

¡Desde luego que la encarnación fue un milagro! Jesús, tal como lo declaran el Antiguo y el Nuevo Testamento, nació de manera sobrenatural. Tuvo una madre pero no un padre humano. Su madre María concibió la naturaleza humana de Jesús, no de José, sino a través del poder creador del Santo Espíritu de Dios: “Una virgen concebirá y dará a luz un hijo.” (Isaías 7:14; Mateo 1:23). En cuanto a su humanidad, no tuvo un padre, y respecto de su divinidad, no tuvo una madre.

Muchos se refieren a María como “la madre de Dios” pero esta expresión es engañosa. Ella fue la madre de su naturaleza humana pero no la madre de su divinidad. Honramos a María por haber sido el vaso escogido por Dios para dar a luz la perfecta e impecable naturaleza humana de Jesús. Elizabeth se refiere a ella como “la madre de mi Señor” (Lucas 1:43), pero el significado de esta frase se limita a la naturaleza humana de Jesús. La llamamos bienaventurada porque ella fue, de entre todas las mujeres que habían existido, elegida para ser la madre de la naturaleza humana de Cristo; pero no la veneramos supersticiosamente como si hubiera sido algo más que un ser humano. Ella era una virgen cuando Jesús nació pero debe haber tenido relaciones normales con su esposo José después del nacimiento del Niño. La Biblia lo menciona con claridad: “Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre JESÚS.” (Mat. 1:25)

El nacimiento de Jesucristo trajo aparejada una cadena de maravillosos acontecimientos que resaltan su importancia para la Humanidad. Uno de ellos fue la visita de “unos magos de oriente” (Mat. 2:1). Dios causó que ellos siguieran la estrella hasta Jerusalén al lugar exacto donde Jesús estaba con su madre (Mat 2:11), y le ofrecieron ricos dones. Sin duda alguna, este evento señala que Cristo vino para abrir la puerta de salvación a todas las naciones, gentiles y judíos. Fue un acontecimiento con gran significado. Treinta y tres años más tarde, cuando Cristo concluyó su obra, el Espíritu Santo descendió en Pentecostés y los gentiles de todo el mundo empezaron a entrar al reino de Dios.

Antes había ocurrido otro suceso muy significativo: La venida de los pastores al establo donde Cristo yacía (Lucas 2:16). Esto sucedió en la noche misma del nacimiento del Mesías, cuando el ángel del Señor fue enviado a anunciarlo a los pastores. Notamos que el ángel fue enviado a los humildes pastores y no a los orgullosos fariseos. Dios honra a quienes son humildes de corazón y tienen fe en su Palabra; no a los orgullosos y soberbios.

Este evento indicó la gloriosa y trascendental importancia del nacimiento de Cristo. El niño que nació en el establo de Belén no era otro que el prometido Mesías. “Os ha nacido hoy en la ciudad de David un Salvador, el cual es CRISTO el Señor.” (Luc.2:11). Realmente, la encarnación de Cristo es tan importante para toda la humanidad, que una multitud de ángeles apareció en esa noche con un himno de alabanza que hizo resonar los cielos: ”¡Gloria a Dios en las alturas, en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:14)

¿Por qué se encarnó el Hijo de Dios? Lo hizo para salvarnos, pobres pecadores. Como Él mismo lo dijo: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores al arrepentimiento.” (Marcos 2:17; Lucas 5:32)

Jesús nunca hizo pecado. Él no estaba, como todos nosotros, bajo el quebrantado pacto de obras de Adán. De ahí que el pecado de Adán nunca le fuera imputado. Para salvarnos era necesario que Él fuera ajeno al pecado y que viviera y también muriera por nosotros. Por lo tanto requería una naturaleza humana que le permitiera vivir una vida de perfecta obediencia a Dios y sufrir la muerte expiatoria en nuestro lugar.

Un mero hombre no podría vivir y morir por nosotros pues no tendría méritos para pagar nuestra culpa. Entonces, en la maravillosa sabiduría de Dios, el Cristo debía ser Dios y Hombre. Como hombre, Él fue capaz de cumplir la ley moral de Dios y vivir una vida perfecta. En su amor, Él pudo como hombre morir por nosotros y obtener el perdón de Dios al satisfacer Su perfecta justicia, haciendo así la paz para todos los que creen en Él. Como hombre, Él vivió y murió por nosotros. Ser Dios, le dio un infinito valor a Su vida y a Su muerte.

Por vida y muerte Cristo alcanzó una perfecta justicia para todos los que creen en Él. Hay dos aspectos de la obediencia de Cristo: Su obediencia activa y su obediencia pasiva. Nos referimos así a la perfección de su vida terrenal y a los méritos de su muerte expiatoria.

Cristo, en su vida y en su muerte, actuó como representante de Su pueblo creyente. Como nuestro representante Cristo obtuvo la justicia que otorga a todos los que creen en Él. Por su vida el cumplió plenamente por nosotros todo lo ordenado por Dios en los diez mandamientos, y por sus agonías y muerte Él satisfizo todas las demandas de la ofendida justicia de Dios. De esta manera Él es “Jehová, justicia nuestra” (Jer. 23:6) como fue profetizado en el Antiguo Testamento.

Cristo tiene y siempre tendrá dos naturalezas pero es una persona en quien debemos confiar y a quien debemos amar con profunda gratitud por su amor por nosotros, miserables pecadores. Como el Dios-Hombre, está sentado en medio del trono del Dios Altísimo. Él gobierna a todas las naciones y llama por el evangelio a todos aquellos a quienes Dios le dio desde la eternidad.

“¡Grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne.!”

“The Mysteries of God” by Maurice Roberts
Translated by Víctor M. Sandoval
Mexico, March 2015