Introducción

La obra del Espíritu Santo no se limita a la persona del creyente en lo individual, pues cada redimido es llamado a formar parte de la Iglesia de Cristo. Así vemos que en el credo apostólico, después de confesar nuestra creencia en la Persona del Espíritu Santo, proclamamos inmediatamente que hay una iglesia santa, católica (universal), y declaramos también que creemos en la comunión de los santos. En esta lección examinaremos por tanto, la obra del Espíritu en relación con la Iglesia en cuanto a que él la establece, unifica, equipa con dones, gobierna y guía.

  1. EL ESPÍRITU SANTO ESTABLECE A LA IGLESIA.

La Iglesia es un organismo espiritual formado por todos los verdaderos cristianos. Todos sus miembros están vitalmente unidos de manera que no viven sólo por sí ni para sí mismos, sino que están unificados en un enlace real. La naturaleza y método de esta acción fundadora del Espíritu se ve claramente en la Biblia. Jesús es la Puerta, el único acceso pero para entrar por la puerta de la salvación:

a) Es necesario nacer del agua y del Espíritu para entrar en el reino de Dios. Ya sabemos que este nuevo nacimiento o regeneración es obra del Espíritu de Dios (Jn 3.5).

b) Confesar que Jesús es el Señor es la declaración de fe del redimido y sólo puede hacerse en el poder del Espíritu: “Nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo” (I Co 12.3).

c) Sólo podemos pertenecer a la Iglesia por medio del Espíritu: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber el mismo Espíritu” (v.13). El bautismo nos identifica con Cristo y nos une a su pueblo.

La Iglesia es una, tanto en el Antiguo como en el Nuevo testamento, y siempre ha sido el Espíritu Santo quien ha introducido a los que han de ser salvos, ya sea en la antigua o en la nueva dispensación.

  1. EL ESPÍRITU SANTO UNIFICA A LA IGLESIA

El Espíritu Santo unifica a la Iglesia morando en cada uno de sus miembros “¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu mora en vosotros?” (I Co 3.16), “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios?” (I Co 6.19). Esta unión de los creyentes nace a partir del llamamiento individual de cada persona, pero se consolida precisamente porque el Espíritu mora en cada uno de ellos. Por medio de este morar constante del Espíritu los miembros de la Iglesia permanecen unidos a Jesucristo, su Cabeza. Tan es así que “si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Ro 8.29).

Esta unidad se explica a través de la metáfora del cuerpo cuando Pablo escribe: ”Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo . . .”, y en la carta los Efesios, utilizando la misma ilustración exhorta a sus lectores a que “sean solícitos en guardar la unidad del Espíritu” (4.3), y luego dice, hay “un cuerpo y un Espíritu.” Finalmente, en Efesios 2.21,22 leemos que el conjunto de los creyentes “bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo del Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu”.

  1. EL ESPÍRITU SANTO EQUIPA CON DONES A LA IGLESIA

La iglesia muestra diversidad en su unidad, pues “hay diversidad de dones pero el Espíritu es el mismo” (I Co 12.4). El Espíritu mismo establece esta diversidad al repartir sus dones pues a cada cual dio como él quiso. En el AT se aprecia que a unos dio habilidades artísticas, a otros capacidades de liderazgo y gobierno, y a otros el don del discernimiento. Otros recibieron sabiduría militar, otros valor o fortaleza física. De igual manera en el NT apreciamos en Ef 4.11 que “Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros”. A otros otorgó el don de la fe, amor, hospitalidad, generosidad, sabiduría u otros innumerables talentos que se encuentran en los creyentes de hoy. De hecho, nadie en la iglesia verdadera de Cristo se halla sin ningún don, porque “ a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho” (1 Co 12.7), es decir para el bien general de los otros miembros. Todo esto es para perfeccionar a los santos y edificar el cuerpo de Cristo (Ef 4.12).

Pedro refiere otra ilustración diciendo que los creyentes son “piedras vivas” (I P 2.5) que han sido escogidas y modeladas con cuidado para “ser edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptables a Dios por medio de Jesucristo”.

  1. EL ESPÍRITU SANTO GOBIERNA A LA IGLESIA

Jesucristo, por medio de sus apóstoles, fundó la iglesia como una institución dándole instrucciones respecto de su misión, forma de gobierno, cuidado de los pobres, miembros, disciplina, sacramentos y muchas cosas más para que sepamos ser iglesia.

La iglesia pertenece a Cristo y es gobernada por su Santo Espíritu a través de la Palabra. Es diferente de cualquier otra institución u organización humana, y por lo mismo no debe adoptar sus modelos de gobierno. Ya hemos dicho que los dones vienen del Espíritu, incluyendo los de gobierno. Aprendemos en Hechos que Pablo instituyó ancianos en las iglesias (siguiendo las prácticas del AT), para gobernar y pastorear a la grey de Dios con base en la Palabra. La autoridad sigue siendo de Cristo, pero llama a hombres a ejercer esa autoridad con temor y reverencia.

Pablo amonestó a los ancianos de la iglesia en Éfeso diciendo: “Mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor” (Hch 20.28). Como él es quien nombra a los ancianos, y como Cristo, por medio del Espíritu es Cabeza de la iglesia, se puede asumir que él también nombra a los ministros y diáconos. Podemos confiar que cuando la iglesia vota por los candidatos que han sido seleccionados para ocupar los oficios, de acuerdo con las instrucciones y requisitos de la Biblia, lo que hace es confirmar el llamamiento que Dios ha hecho a esas personas para servirle con fidelidad. Este es un tema de llamamiento, de vocación, que debe ser considerado con toda responsabilidad y temor de Dios por parte de los candidatos a ocupar estos oficios y por la congregación que va a confirmarles en su llamamiento.

  1. EL ESPÍRITU SANTO GUÍA A LA IGLESIA

El Señor Jesús prometió que “el Espíritu de verdad os guiará a toda la verdad” (Jn 16.13). En la historia de la iglesia contemplamos largos períodos de estudio y discusión – a veces no exentos de confrontaciones – a través de los cuales, la iglesia ha llegado a entender y formular, bajo la guía del Espíritu, las grandes doctrinas de la Palabra gracias a la iluminación del Espíritu de Dios. ES así como hoy sostenemos verdades como la justificación por la fe, la infalibilidad de la Biblia, la naturaleza de la iglesia, el reto misionero, la escatología y muchos otros temas como el que nos ocupa respecto a la Persona y obras del Espíritu Santo. A los predicadores corresponde exponer con fidelidad la Palabra. A cada uno de nosotros toca escudriñar la Escritura para que bajo la dirección y guía del Santo Espíritu, estemos firmes en la Verdad del evangelio.

¡Gracias a Dios porque nos ha dado su Espíritu de Verdad!