Introducción
Al término de este curso hemos aprendido un poco más de la Persona y obras del Santo Espíritu de Dios, pues los campos en que él actúa son diversos. Todo esto, aunque loable, no es el fin último de nuestro estudio, sino que al conocerle mejor, experimentemos una comunión más amplia, rica y bendita con el Santo Espíritu, la tercera Persona de la Trinidad. Para estar llenos del Espíritu, debemos saber más de su obra pero también necesitamos ser más obedientes a su voluntad para vivir vidas ricas en su fruto y testimonio.
Surge la pregunta: ¿qué tenemos que hacer para vivir en esa plenitud espiritual? ¿Es ésta una obra totalmente divina o tenemos algunas responsabilidades para que sea una realidad en nosotros? Aquí tenemos que volver a la doctrina de la santificación para recordar que “la santificación es una obra progresiva de Dios y del hombre que nos lleva cada día a estar más libres del pecado y que seamos más semejantes a Cristo en nuestra vida real” (W. Grudem – Teología Sistemática p.783). El Espíritu Eterno de Dios es la fuente de la santificación, en la que Dios y el hombre actúan cada uno al cien por ciento. (Ver lección 8). La soberana gracia de Dios no excluye la responsabilidad humana.
I. DONDE NO HAY RESPONSABILIDAD HUMANA
La regeneración no es algo que el hombre produce ni controla. Esta es una obra del Espíritu divino. La Biblia responsabiliza al hombre por todas sus acciones, pero no por la acción del Espíritu Santo en su regeneración. Ciertamente es necesario llamar a los hombres a creer en Cristo, pero es inútil e incorrecto esperar que ellos por sí mismos nazcan de nuevo, pues nadie es capaz de hacerlo. Esto es algo que viene de arriba. El hombre es completamente pasivo – está muerto – en este proceso, como vimos en la lección 7.
Cuando Jesús dice a Nicodemo, “Os es necesario nacer de nuevo”, no le está mandando que lo haga; afirma simplemente una realidad. Así pues, como la regeneración es un acto que sólo puede realizar y realiza el Espíritu Santo, la conclusión ineludible es que el hombre no es ni puede ser responsable de su regeneración, la cual está totalmente en manos de Dios.
Si bien la Biblia no hace responsable al hombre de la regeneración, sí pone en sus espaldas en un cien por ciento, la responsabilidad de creer: “El que en él cree no es condenado; pero el que no cree ya ha sido condenado porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios . . . porque todo aquél que hace lo malo aborrece la luz y no viene a la luz.” (Jn 3.18,20). La sabiduría y conocimiento de Dios son infinitamente superiores a los nuestros, y nos debemos someter a ellos aunque sus enseñanzas no armonicen con el pensamiento humano.
II. DONDE SÍ HAY RESPONSABILIDAD HUMANA
Una vez que hemos nacido de nuevo, El Espíritu mora en nosotros y nos hace templos suyos. Existe un cambio radical en el creyente, pues es justificado y reconciliado con Dios; sin embargo, su vida no refleja inmediatamente todas las virtudes y fruto del Espíritu; más bien se inicia en él una lucha que marca el principio de su santificación, de la cual saldrá victorioso en Cristo, la cual será perfecta en el día de Jesucristo. Acrecentar y abundar en el camino de la santidad es su responsabilidad. En este proceso, cada cual es responsable de su progreso. En todo creyente ya mora el Espíritu de Dios pues nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo; sin embargo el grado de madurez y progreso espiritual de cada creyente depende de la fe, sujeción y obediencia que cada cual tenga a la voluntad revelada de Dios en su Palabra. Aclaremos de una vez que las expresiones “don” y “bautismo” del Espíritu Santo se refieren a una y la misma cosa y describen un don inicial recibido al comienzo de la vida cristiana por todos los creyentes. Hay personas que equivocadamente enseñan que es necesario tener una segunda experiencia diferente, a través del bautismo del Espíritu, que confirme y valide la verdadera conversión. A esto añaden experiencias y señales extraordinarias como hablar en lenguas. Este no es el testimonio de la Escritura.
III. LA PLENITUD O LLENURA DEL ESPÍRITU SANTO
Otra cosa diferente es la llenura del Espíritu Santo, que la Biblia nos ordena buscar y procurar con fe y constancia y que tiene que ver con hacer de nuestras vidas terreno fértil para que el fruto del Espíritu abunde en nosotros. Tomamos ahora algunos conceptos de John R. Stott en su libro “Sed llenos del Espíritu Santo” (Editorial Caribe):
Diferencia entre bautismo y plenitud o llenura. El Espíritu fue derramado en Pentecostés sobre más de tres mil personas. Éste fue el bautismo, una experiencia única de iniciación; el resultado: “todos fueron llenos del Espíritu Santo” (Hch 2.4). La plenitud es consecuencia del bautismo y debe ser la norma de la vida cristiana. El bautismo no se puede repetir, ni se puede perder; pero la plenitud puede repetirse y necesita ser cuidada y mantenida. Si no se mantiene, se pierde. Y si se pierde, puede ser recobrada. El Espíritu es contristado por el pecado (Ef 4.30), y ya no llena al pecador. El arrepentimiento y la fe son el único camino para su recuperación. Esta es responsabilidad del creyente.
Expresiones de la llenura del Espíritu Santo. En primer lugar, se nos da a entender que que ser “lleno” era característica normal de todo cristiano consagrado. Hechos 6.35 dice que los siete varones que debían cuidar de las viudas, además de tener buena reputación, debían ser “llenos del Espíritu Santo”. Bernabé “era varón bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe” (Hch 11.24). Los recién convertidos en Antioquía de Pisidia “estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo” (Hch 13.52). Según parece, estos versículos relatan la normalidad de la vida cristiana, o al menos lo que Dios quiere que sea la normalidad de la vida del redimido.
En segundo lugar, la expresión indica el ser dotado para un oficio o ministerio particular. Juan el Bautista sería “lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre” como preparación para su oficio profético (Lc 1.15-17). De igual modo, las palabras de Ananías a Saulo de Tarso de que había de ser “lleno del Espíritu Santo” parecen ser alusión a su designación como apóstol (Hch 9.17; cfr. 22.12-15; y 26.16-23).
En tercer lugar, hay ocasiones cuando se da la plenitud del Espíritu a fin de equipar a una persona, no para un oficio vitalicio (como apóstol o profeta),si para una situación inmediata: Zacarías “fue lleno del Espíritu Santo y profetizó” aunque no era profeta, sino sacerdote (Lc 1.67) y Elizabeth su esposa también lo fue cuando se encontró con María (Lc 1.41 ss.).
Tenemos por último, la interesante referencia cuádruple al Espíritu Santo que hace Lucas en el capítulo 4 de su evangelio, relacionado con el comienzo del ministerio de Jesús. Se sugieren las tres categorías que hemos mencionado arriba: “Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán (4.1), y suponemos que éste era su estado espiritual invariable, pero notamos que este episodio sigue de inmediato a su bautismo en el cual descendió sobre él el Espíritu Santo (3.22), para ungirlo y equiparlo para su ministerio (4.14,18). Y tercero, el Señor fue fortalecido especialmente para la experiencia de la tentación (4.1: “Fue llevado por el Espíritu al desierto” y 4.14: “volvió en el poder del Espíritu”).
¡Sed llenos del Espíritu Santo! sigue siendo el mandato a todos los cristianos. Con el favor de Dios y nuestra constancia y disciplina cristiana, esta es y seguirá siendo nuestro más ardiente propósito y tarea diaria.