Introducción

Es un verdadero milagro que el Espíritu dé vida a los muertos a través de la regeneración. Es así que en la nueva vida espiritual el redimido está capacitado para hacer obras agradables a Dios. Sin embargo, esta nueva vida no está exenta de pecado, lo que a veces nos desanima y nos hace vernos como si no hubiésemos sido regenerados; pero estas debilidades no serán para muerte, no son incurables. Al contrario, irán desapareciendo gradualmente hasta que nuestra santificación sea perfecta en la Presencia de Dios.

La persona nacida de nuevo está muy consciente de su pecado, ahora con mayor sensibilidad que cuando no tenía comunión con Dios. Pablo exclamó “¡Miserable de mí!” (Ro 7.24), por esto Cristo nos enseñó a orar diciendo “Perdona nuestros pecados”. Juan confirma esta verdad cuando asevera que si alguien, incluyendo los regenerados, dice que no tiene pecado, se engaña a sí mismo, la verdad no está en él, y hace a Dios mentiroso (1 Jn 1.8,10). Cuando Isaías tuvo la visión de Jehová, dijo “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, han visto mis ojos al Rey” (6.5). Pero el problema subsiste: ¿Cómo puedo superar el pecado? ¿Cómo puedo dominar la ira, el mal genio, el odio, la envidia, las tentaciones sexuales y otros males que moran dentro de mí? Todos los verdaderos cristianos están preocupados por esto. Buscan triunfar sobre el pecado. ¿Cómo lo conseguirán? Este es nuestro tema hoy.

SOLUCIONES “PIADOSAS” NO BÍBLICAS

Veamos en primer lugar estas dos opiniones erróneas muy difundidas en algunos círculos evangélicos: La primera es “luche contra el pecado lo más que pueda”; la otra es diametralmente opuesta: “No luche contra el pecado, deje todo a Dios.”

La primera nos manda confiar en nuestra propia fortaleza y pone la santificación sobre nuestros hombros, diciendo: Sea señor de su propia vida, domine sus malas tendencias, ejercítese en la disciplina personal, en su voluntad santificada, en sus buenos propósitos. Si sabemos lo que es justo y utilizamos nuestra voluntad, podremos vencer al pecado por nuestra propia fuerza y devoción.

La segunda opción es igualmente errónea y propone: Si el hombre hace algo por vencer al pecado, el pecado lo vencerá a él. El hombre debe simplemente dar oportunidad a Dios para que Él tome posesión completa de su corazón y de su personalidad. El Espíritu Santo desea liberar al hombre, pero no puede hacerlo hasta que el hombre se lo permita y deje todo en sus manos. Hay que permanecer quietos y dejar que el Alfarero nos modele. Abandónese a Dios.

Hablan de la santificación instantánea: En la justificación – dicen – hemos recibido a Cristo como nuestro Salvador y en esta segunda experiencia espiritual le aceptamos como nuestro Señor y somos santificados por medio de esta “segunda bendición”, al ser llenos del Espíritu.

¿QUÉ NOS ENSEÑA LA BIBLIA?

Es necesario diferenciar entre la justificación y la santificación. La primera es un acto de Dios cuando somos justificados en Cristo, ocurre en un instante; la santificación es un proceso que se inicia junto con nuestra nueva vida en Cristo y tiene lugar durante toda la vida del creyente, completándose en el día en que estemos en Presencia de Dios. Es obra del Espíritu pero somos nosotros quienes debemos andar en el camino de la santidad. A diferencia de la justificación, en la cual somos sujetos pasivos, en la santificación estamos activamente involucrados y somos sostenidos por el Espíritu a través de su guía y poder. No es fácil describir la acción santificadora del Espíritu Santo pues es un misterio, al igual que la regeneración; sin embargo, podemos afirmar algunos aspectos que la Biblia nos revela:

A. En primer lugar, la santificación es resultado de la actividad del Dios trino pero especialmente es una obra de la tercera Persona quien regenera (Jn 3), renueva (Tito 3.5), santifica (2 Tes 2.13; 1 P. 1.2), guía (Ro 8.14), mora dentro del hombre (Jn 14.17; Ro 8.9; 1 Cor 3.16), y escribe en el corazón (2 Co 3.3). Pablo dice claramente que “si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él” (Ro 8.9). El Espíritu es absolutamente esencial para esta vida victoriosa en Cristo.

B. Esta obra santificadora tiene lugar en el mero corazón del hombre. No se trata sólo de persuasión moral, racional o argumentativa para dejar que el hombre se santifique por sí mismo. Toca su naturaleza básica, las entretelas íntimas de su alma. Cuando el Espíritu mora en nosotros, surgen los frutos del Espíritu (Ga 5.22,23), porque es “del corazón que mana la vida (Pr 4.23).

C. En tercer lugar, El Espíritu hace que todo el hombre quede bajo los efectos de la santificación. Si la parte más íntima del hombre, su corazón o alma, cambia, entonces esta benéfica influencia ennoblece su persona en todas sus expresiones y acciones. La nueva criatura en Cristo habrá de desarrollarse y crecer gradualmente en todos los aspectos de su vida.

D. Una cuarta característica de la obra del Espíritu es que la santificación es un proceso gradual. A semejanza de los niños, el nuevo creyente necesita crecer. Lo natural es que se desarrolle y crezca. “Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 P 3.18). La santificación nos impulsa a crecer, pues Dios mismo nos proporciona los medios “para que ya no seamos niños fluctuantes . . sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquél que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo bien concertado . . . recibe su crecimiento para ir edificándose en amor“ ( Ef 4:1-12). “La voluntad de Dios es vuestra santificación” (1 Tes 4.3).

E. En quinto lugar, este proceso gradual quedará completo en un abrir y cerrar de ojos, en el momento de la muerte física. En el cielo, en la Presencia del Dios Santo, no habrá pecado; éste habrá sido completamente eliminado (Ap 21.27). Por consiguiente, cuando el cristiano va al cielo, el proceso de santificación se perfecciona en un instante y el hombre se vuelve completamente perfecto. La continua operación del Espíritu Santo por la cual estamos unidos a Cristo es la condición indispensable para obtener el triunfo sobre el pecado. Somos más que vencedores en Cristo. Así como las ramas están unidas al tronco y reciben de él la savia y la vitalidad que les hacen producir frutos, el cristiano recibe del Espíritu el poder, la vida y la fortaleza interior para hacer buenas obras (Jn 15).

CONCLUSION

Es inútil tratar de triunfar sobre el pecado por medios o ritos externos tales como el ascetismo, la persuasión moral, la disciplina, esto es, por nuestra fuerza o voluntad personal, sin el sustento y poder del Espíritu. Es indispensable que sus obras de regeneración y santificación operen en nuestra alma para que podamos responsablemente ocuparnos de nuestra salvación con temor y temblor (Fil 2.12). Es en la medida en que nosotros busquemos en fe y obediencia hacer Su voluntad, que nuestra vida experimenta su Presencia con más plenitud y gozo. Andemos por la calzada y camino de santidad que nos describe Isaías (35.1-10) y tendremos gozo y alegría, y huirán la tristeza y el gemido.