Es muy común que al reflexionar en las obras del Santo Espíritu de Dios, nos enfoquemos en su actividad salvífica en el hombre a través de su regeneración y santificación, limitando su obra en función del hombre y de sus necesidades; sin embargo, no debemos construir nuestra teología como si el hombre fuese el centro de toda su actividad, pues ese sería un enfoque antropocéntrico (centrado en el hombre), y no teocéntrico (centrado en Dios). La Biblia comienza en Dios y no en el hombre. El Señor es Soberano sobre todas las cosas – absolutamente todas – de este universo. El Espíritu Santo tuvo, tiene y tendrá participación en la creación, en la providencia, en la revelación, en la encarnación, en la redención, en la santificación y en todos los acontecimientos hasta el fin del mundo. Así, reflexionamos hoy en su presencia y obra en la Creación.
1. La Obra de la Trinidad en la Creación
Estamos acostumbrados a pensar en las obras y funciones particulares de cada una de las tres personas de Dios: El Padre como Creador, el Hijo como Redentor y el Espíritu Santo como Consolador; sin embargo esto no excluye ni limita la participación de las tres personas en los actos del único y Santo Dios.
Tocante a la Creación, “Dios Padre fue el agente primario que inició el acto de la creación; pero el Hijo y el Espíritu Santo también estuvieron activos. Al Hijo a menudo se le describe como la persona «por medio» de la cual la creación resultó. «Por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir» (Jn 1:3). El Espíritu Santo también estaba obrando en la creación. Generalmente se le muestra completando, llenando y dando vida a la creación de Dios. En Génesis 1.2, «el Espíritu de Dios iba y venía sobre la superficie de las aguas», lo que denota una función preservadora, sustentadora y gobernadora. Job dice: «El Espíritu de Dios me ha creado; me infunde vida el hálito del Todopoderoso» (Job 33.4)”. (Teología Sistemática, W. Grudem, p. 20)
“La segunda y tercera personas no son poderes o meros intermediarios, sino autores independientes unidos al Padre. Todas las cosas son inmediatamente del Padre, por medio del Hijo, y en el Espíritu Santo. El ser es por el Padre, el pensamiento o la idea es por el Hijo y la vida por el Espíritu Santo.” (Teología Sistemática, L. Berkhof p. 153)
2. El Espíritu Santo y la Creación
Aunque el testimonio de la Biblia sobre la actividad específica del Espíritu Santo en la Creación es escaso (y nunca podemos ir más allá de lo que la Escritura revela), abordamos este tema siguiendo el texto de Edwin W. Palmer, quien menciona cinco aspectos distintos de esta obra:
A. La actividad particular del Espíritu se inicia a partir de que el Padre creó el universo, según se desprende de Gn 1.1,2: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo y el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas.” Esto es, una vez que la Trinidad creó las cosas, el Espíritu tenía cuidado de, cobijaba, apreciaba, abrigaba, se cernía, ondeaba, ondulaba, etc. (arameo) sobre la faz de las aguas.
B. El Espíritu perfeccionó, embelleció la creación: “por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos y todo el ejército de ellos por el aliento (o espíritu), de su boca” (Sal 33.6). “En varios pasajes del Antiguo Testamento es importante darse cuenta de que la misma palabra hebrea (ruaj) puede significar, en diferentes contextos, «espíritu», «aliento» o «viento». Pero en muchos casos no hay mucha diferencia en significado, porque incluso si uno decide traducir algunas frases como el «soplo de Dios» o incluso el «viento de Dios», todavía parecería ser una manera figurada de referirse a la actividad del Espíritu Santo en la creación.” (W. Grudem).
Jehová creó los cielos y el Espíritu generó los ejércitos de los cielos – las estrellas, planetas, luna, sol, etc. – Job 26.13 dice: “Su espíritu adorna los cielos”. Adornar significa hermosear. En otras palabras, así como en Gn 1.2 se indica que el Espíritu perfeccionó el mundo que había sido creado, así ahora se da a entender que el Espíritu Santo dio los toques finales a los cielos, llenándolos de la gloria y belleza propia de las huestes celestiales.
C. El salmo 104, que celebra la providencia de Dios, atribuye todos los fenómenos de la naturaleza a Dios afirmando que Él controla todas las cosas, y que todas las cosas dependen de Él. La Biblia nos induce a considerar la actividad creadora del Santo Espíritu, no en el sentido de hacer algo de la nada, sino de impartir vida a lo que ya había sido creado: los animales del campo, los que pueblan el mar, las fieras del bosque, las aves de los cielos: “Tú les das, y ellos son sustentados; abres tu mano y se sacian; escondes tu rostro, y se inquietan; les quitas el aliento y mueren.” (Leer todo el salmo104).
D. El Espíritu Santo renueva la tierra: “Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la tierra.” (Sal 104.30). Así como el Espíritu da vida a los animales (y también al hombre, como veremos en el siguiente punto), también renueva la tierra. No sólo da vida a las aves, a las bestias del campo a los peces y a los monstruos del mar, sino que hace crecer la hierba, las plantas, los árboles. Hace que se produzcan las semillas que contienen la vida, y que crecerán en cada estación. Así pues, aun la vida vegetal, tanto en el momento de la creación como hoy día, es sustentada continuamente por el Espíritu de Dios. El Espíritu renueva constantemente la tierra por su gracia soberana manifestada en la providencia divina.
E. La culminación de la obra creadora del Espíritu fue y sigue siendo la creación del hombre: “El Espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida.” (Job 33.4). La función creadora específica del Espíritu parece ser la de dar vida, con lo que se indica de nuevo que Él no creó necesariamente la materia, sino que tomando el polvo de la tierra, sopló en él aliento de vida. Por el aliento de Dios, el hombre fue hecho un alma viviente (Gn 2.7)
3. La Obra del Espíritu Santo en la Nueva Creación
Después de que el Espíritu hubo comunicado al hombre el aliento de vida dándole justicia, santidad y conocimiento, el hombre cayó de su alto estado original de rectitud, quedando perdido, depravado, confundido e incluso, muerto espiritualmente. Dejó de ser lo que el Espíritu le había hecho. Pero nuestro buen Dios no abandonó al hombre en tan lamentable condición: El Espíritu Santo creó al hombre de nuevo. Le hizo una nueva creatura en Cristo (2 Co 5.17). Hizo a los hombres “hechura suya, creados en Cristo para buenas obras” (Ef 2.10). Lo renovó al hacer de él un hombre nuevo “creado en la justicia y santidad de la verdad” y “conocimiento conforme a la imagen de su Creador” (Ef 4.24 y Col 3.10)
Finalmente, así como en la creación el hombre adquirió vida al recibir el aliento vivificante, también en la nueva creación, el Espíritu Santo es comunicado a la iglesia de Cristo, a fin de que el hombre pueda recuperar su vida espiritual. La obra creadora del Espíritu Santo, pues, lo abarca todo, tanto lo físico como lo espiritual. Comenzó en una forma especial en la creación, prosigue hasta hoy, incluyendo la nueva creación del hombre.