Introducción
Hasta ahora hemos estudiado cuatro obras grandiosas del Espíritu Santo que podemos considerar como objetivas porque con excepción de la Iluminación (lección 4), todas ellas tienen lugar no en la persona del creyente sino que son externas a él. Así hemos meditado en sus acciones en la Creación, en la Gracia Común, en la Revelación y en el Ministerio de Jesucristo mismo. En las lecciones siguientes examinaremos la obra subjetiva del Espíritu Santo, es decir, su influencia en la vida interior del hombre. La primera de ellas, la regeneración, es de suma importancia para toda persona pues sin ella nadie puede ver el reino de Dios (Jn 3.3)
- LA NECESIDAD DE LA REGENERACIÓN
Por su condición pecaminosa y corrompida, el hombre necesita ser regenerado, ser generado de nuevo, ser nacido otra vez (voces pasivas). El hombre no puede hacerlo por sí mismo; nacer espiritualmente es una obra divina. La depravación total (primera doctrina de la gracia de los Cánones de Dort), ha afectado la totalidad de nuestro ser: Mente, voluntad, emociones y aún nuestro cuerpo.
En cuanto a la mente, el hombre no puede entender a Dios porque el pecado ha oscurecido su inteligencia y está totalmente ciego pues “la mente humana es enemistad contra Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede” (Ro 8.7); su voluntad se rebela contra Dios porque “todo aquél que hace pecado, esclavo es del pecado” (Jn 8.34); y ¿qué decir de sus emociones? No puede amar a Dios, su mente y voluntad corrompidas le llevan a odiar todo lo relacionado con Él y con su ley, porque “se ha hecho enemigo de Dios”. (Ro 8.7)
Jeremías habla de esta absoluta incapacidad del pecador cuando profetiza: “¿Mudará el etíope su piel y el leopardo sus manchas? Así también ¿podréis vosotros hacer el bien, estando habituados a hacer el mal?” (Jr 13.23). ¡Es imposible! Esto significa que el hombre natural necesita al Espíritu Santo en su vida para hacer el bien. Debe haber un nacimiento de arriba, de lo alto, producido por Dios y, más específicamente, por el Espíritu Santo. Ezequiel ilustra por inspiración esta realidad en su visión del valle de los huesos secos (37.1-10), cuando profetizó: “Espíritu, ven de los cuatro vientos.” ¡Entró el Espíritu en ellos y vivieron! Pablo en Ef 2.1 afirma: ”Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados.”
Resumiendo: el hombre en su pecado está ciego a la realidad divina y más aún, está muerto por lo que es totalmente incapaz de escuchar la voz de Dios, de venir a él para ser salvo. Sin la obra de regeneración del Espíritu Santo es imposible que el hombre viva, pero sabemos que “lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios” (Lc 18.27)
- LA MANERA COMO OCURRE
La Biblia nos dice muy poco sobre la manera como ocurre el nuevo nacimiento, pues como señala Pablo: “Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col 3.3). Es un misterio cómo Cristo está místicamente unido con el creyente. El Señor Jesús lo explicó a Nicodemo empleando una ilustración: se oye el viento, se sabe que sopla, se puede ver volar las hojas y cómo se doblegan los árboles, se siente en la cara y en el cuerpo, pero nadie sabe de dónde viene ni a dónde va. Es invisible pero sus resultados son manifiestos. Lo mismo sucede con el Espíritu Santo, los resultados de su acción regeneradora son obvios, sorprendentes y evidentes, pero no podemos definir cómo es que opera en el corazón del hombre. Sin embargo, hay ciertas cosas que arrojan luz sobre esta acción regeneradora del Espíritu de Dios:
A. La regeneración es instantánea, no es un proceso lento o gradual. Nacemos en Cristo cuando el Espíritu así lo determina en nuestra experiencia personal. Pasamos de muerte a vida. No hay una fase intermedia. ¡Se está muerto o se está vivo!
B. El Espíritu obra en el corazón del hombre. No actúa en forma externa, simplemente presentándole el mensaje o persuadiéndole con la lógica. No. Penetra en las entrañas íntimas del hombre, en su alma, espíritu o corazón. No se trata sólo de un cambio en la conducta, en las acciones del hombre. En la regeneración el Espíritu toca al espíritu del hombre, llega a las entretelas del corazón, al centro de su conciencia porque “del corazón mana la vida” (Prov 4.23). Para cambiar las acciones y la vida es necesario cambiar la fuente, por ello Ezequiel profetiza que Dios quitará los corazones viejos y endurecidos del pueblo para darles corazones nuevos de carne “para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis decretos y los cumplan.” (Ez 11.20)
C. En tercer lugar, el Espíritu no agrega algo adicional al corazón; simplemente cambia desde adentro su disposición de amor al pecado, por amor a Dios. El Espíritu hace que el intelecto, las emociones y la voluntad del hombre regenerado se empleen para Dios y ya no más en su contra.
D. La regeneración es un acto soberano del Espíritu, pues él hace exactamente lo que desea. “El viento sopla de donde quiere” (Jn 3.8). Así el Espíritu actúa también de manera libre y soberana. Jesús empleó la figura del nacimiento en su conversación con Nicodemo, en el cual el niño es nacido. El nacimiento espiritual, la nueva creación y la vida proceden totalmente de la decisión del Espíritu Santo. Juan revela que los hijos de Dios “no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. (Jn. 1.13)
- LOS RESULTADOS DE LA REGENERACIÓN
Por varias razones teológicas, Dios opera en el campo de lo nuevo: Un nuevo corazón, nueva vida, nuevos cielos y nueva tierra. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; he aquí las cosas viejas pasaron. ¡Todas son hechas nuevas!” (2 Co 5.17)
El zarzal se ha cambiado en viñedo, de manera que ahora crecen uvas en vez de espinas (Lc 6.35-45). El corazón de piedra ha sido cambiado por un corazón de carne y hay nueva vida. Ha nacido un hombre nuevo, ha resucitado un muerto. Jesús lo resume diciendo que el que es nacido de nuevo ve el reino de Dios. El que ha sido regenerado ha pasado de muerte a vida, ahora vive en luz y es hijo de luz.
La acción del Espíritu en la regeneración da un fuerte sustento a la obra misionera y reafirma nuestro testimonio. David Livingston, el gran misionero al África escribió en uno de sus momentos más tenebrosos: “El campo que tratamos de cultivar aquí es difícil, muy difícil . . . si no fuera por la convicción de que el Espíritu está actuando y actuará por nosotros, renunciaría por desesperación.” El leopardo no puede cambiar sus manchas, ni el etíope su piel, pero Dios envía a su Espíritu, y su pueblo es convertido de manera irresistible.
CONCLUSIÓN
Si algo necesita la humanidad hoy es precisamente el Espíritu Santo. Si queremos tener éxito en la transmisión del mensaje de Cristo, pidamos sobre todo, la influencia regeneradora del Espíritu Santo en el corazón de los hombres.